Daniel Barranquero
–Solo resta un segundo y medio para el final del encuentro, para el final de la primera vuelta. El Acunsa GBC no termina de creerse que tanta épica pueda quedarse en el limbo, después de unos durísimos meses cargados de todo tipo de calamidades e infortunio, con la grave lesión de Echenique, tan solo unos días antes, como guinda para abrir el año.
El Iberostar Tenerife, cargado de moral después de una primera parte de temporada impecable, no asimila aún que, incluso en un mal día, está a punto de irse a casa con victoria, tras un mate de Shermadini que aún retumba triunfal, mientras las caras largas se repiten durante el tiempo muerto en el bando local.
Saca Oroz, con idea de encontrar a un compañero en buena posición de tiro. Cercana, a poder ser. Cayendo por solo un punto, un acierto de dos ya vale para la gloria. Un segundo, dos. El colegiado aún no ha marcado el tercero cuando Xabi decide que no hay mejor opción de canasta ni más bella escena final de película que aquella con Mike Carlson de protagonista. Ese tiro era de él y ese final le pertenecerá para el resto de su vida. Pero su historia, su cuento de hadas, había empezado mucho antes.
El lastre de un débil físico
Muchos relatos arrancan con una frase, con un acontecimiento, con un momento simbólico en su niñez que marcase para siempre al protagonista como futuro jugador de baloncesto. El camino de Michael Kaz Carlson, en cambio, llegó de la forma más natural posible. Al oeste del Lago Superior, el más enorme de los Grandes Lagos, se encuentra una localidad de mismo nombre (Superior) en la que nació, al norte de Wisconsin, si bien pasó gran parte de su adolescencia en la vecina Duluth, ya en Minnesota, justo al otro lado del lago. “The Twin Ports” (“Los Puertos Gemelos”) los llaman.
Tierra de caza y hockey, que en el siglo XIX llegó a ser uno de los lugares con más millonarios del planeta, hoy lugar de peregrinación de turistas que quieren sentirse del norte por unos días. Allá donde los Timberwolves son religión y Kevin Garnett, profeta. Con dos padres profesores, Mike y su hermano mayor crecieron probando todo tipo de deportes, sin decantarse especialmente por ninguno hasta que llegó al instituto, cuando enfocó su pasión en un par: el baloncesto… y el golf.
Carlson ejercía de base en Marshall High School, camino ya de los dos metros, y se sentía capaz de todo con el balón en sus manos. Sin embargo, nadie compartía esa sensación. Desde fuera solo era un chico con potencial carente de físico, con una delgadez extrema que le llevaba a pesar solo 65 kilos, con 1,95 de altura. Siempre el más frágil, siempre el más débil, algo que le llenaba de rabia.
En una ocasión, de tanto que le chilló a su madre durante un partido, su padre le impidió volver a jugar el resto del curso. Cuando aprendió a canalizar sus emociones, llegó la decepción deportiva. Su equipo cayó en un partido clave, con un compañero fallando los tiros de la verdad, sin que le llegase a él la pelota para poder ponerse el disfraz de héroe. La capa llegaría más tarde.
Esa derrota le enfadó tanto que la decisión resultó inmediata. Pronto se la transmitió a sus padres: “Quiero jugar al baloncesto en la Universidad y me voy a preparar para ello”. Mike se pasó el verano en el gimnasio, entre máquinas de musculación, con tal de paliar el severo hándicap de su físico. No obstante, por más que hizo progresos, su nombre siguió invisible, sin que le llegase una sola carta o llamada de algún centro universitario buscando reclutarle. Al contrario, fue el propio jugador el que se ofrecía por todos lados hasta que, por una vez, alguien le hizo caso.
Incluso el nombre, Hope College, parecía un guiño, si bien desde el mismo 15 de octubre de 2009 en el que Carlson inició oficialmente su andadura baloncestística universitaria, Kaz se dio cuenta de que ese no era su lugar. Semanas más tarde, justo antes de Acción de Gracias, dijo basta. Su padre condujo durante trece horas para verle y se ilusionó, en un principio, cuando su hijo forzó varias faltas personales seguidas a la estrella rival. Entonces, el técnico le sentó y no volvió a pisar el parqué un solo segundo más.
Jugar cuatro minutos de media en el segundo equipo de un centro de NCAA III ya era demasiada humillación. Cuando al verano siguiente se marchó, sin recibir un mensaje ni del entrenador ni de casi nadie del ‘college’, Mike sintió que había hecho lo correcto. Sin embargo, aún tenía que encontrar destino. Apostar por las raíces, en ocasiones, permite recuperar el rumbo.
Malabares en Truman State
Chris Carlson, el tío de Mike, llegó a ser jugador profesional en Nueva Zelanda, después de formarse en Truman State, una pequeña universidad de Missouri, en la que supo dejar huella. ¿Por qué no pegar a esa puerta entonces?
Al menos, esta vez tuvo respuesta. El entrenador de Truman State llamó a su teléfono y le citó para el día siguiente, con Kaz y su papá subiéndose al coche de inmediato, con un camino de nueve horas por delante hacia un estado en el que ni había estado, durmiendo en un lejano camping antes de llegar puntual a la cita.
La buena impresión fue mutua, sí, pero el verdadero motivo de su llegada es mucho más divertido. Así se lo contó a su amiga Leslie Knight, la brillante jugadora del Movistar Estudiantes, en el podcast de la de Minnesota: “Se puso a buscar cosas mías en Internet y se encontró con un vídeo mío en un talent show haciendo malabares, algo que aprendí en la niñez con naturalidad a través de mi padre. ¡Era un vídeo de coña! Sin embargo, al verme haciendo malabares, pensó que yo era un tipo que sabía usar mis manos y que tendría una gran coordinación. A la mañana siguiente me llamó para anunciarme que contaba conmigo en su equipo”.
En su año de inactividad como redshirt, peaje a pagar tras el cambio de centro, Carlson aprovechó para dar al fin el esperado salto físico. En ese momento llegó un nuevo técnico que, en su primer día, se reunión con él para decirle que no tenía sitio en su proyecto. Únicamente la insistencia del jugador, que pidió un par de semanas de margen para darse a conocer, evitó una nueva marcha por la puerta de atrás. El ‘Can do’ de su abuelo como lema, dentro y fuera de la cancha. Sus genes, como regalo.
Kaz no solo consiguió encontrar su hueco en el equipo. En la 2011-12 sorprendió con 10,4 puntos y 4,8 rebotes de media, explotando definitivamente al siguiente curso. Tras dar el estirón hasta los 2,06, herencia de unos antepasados muy altos, el salto en su nivel de juego resultó notable, con 17,1 puntos, 6,7 rebotes y un 41,6% desde el exterior.
Definitivamente, había nacido Mike ‘Money’ Carlson, como le llamaban por su incontenible acierto, convencido de escribir un guion aún más imposible para su cuento de hadas. Surgido de la nada, sin ni siquiera tener beca de la universidad para jugar en el equipo, su baloncesto le llevó a llevarse un reconocimiento de ámbito nacional en su último curso, vistiéndose de All American merced a 21,3 puntos y 7,2 rebotes por cita, forjados a base de exhibiciones.
All Star en la NCAA II, récord histórico de Truman State en un partido (¡48 puntos, con otro 42-16 en el día de su despedida!), decenas de agentes llamándole, al fin, y la margarita deshojada del todo con una sola certeza: el baloncesto, su mundo, también iba a ser su profesión. Aunque tuviera que perseguirlo en la otra parte del globo.
Un billete de ida y vuelta
El norteamericano se tomó muy en serio eso de ‘overseas’. Lejos, muy lejos, su primer destino, el South West Metro australiano, en el verano de 2014. Una especie de vacaciones para él, nada de shock culturales o problemas de idioma en Brisbane, donde promedió sin despeinarse 26,1 puntos que llamaron la atención del CB Clavijo, de LEB Oro.
En Logroño lo pasó mal los primeros meses, huyendo de la gente por su incomodidad al no hablar el idioma, y con una racha muy negativa de resultados que a punto estuvo de cortar su aventura europea a las primeras de cambio. El club apostó por él y Kaz fue de menos a más, con 10,7 puntos de media en el curso inicial que elevó hasta los 11,5 en el segundo, en el que ya empezaba a hablar el idioma de forma fluida.
El premio de la histórica presencia en Playoff le hizo sentir muy lleno, al tiempo que se ilusionaba por su propia evolución, sintiendo que todo el entrenamiento específico individual le había mejorado como jugador, circunstancia que supo explotar en la campaña siguiente.
Ya era uno más en España. Sus tacos en español, sus amigos locales, sus restaurantes favoritos, en los que se atrevía a probarlo todo, con sus pancakes ao salsa barbacoa americana esperándole en casa como plan B de emergencia. Días de Fargo o Age of Empires, con Red Hot Chili Peppers sonando antes de su gran momento.
En aquella 2016-17, que en realidad empezó con un breve paso por China -dos semanas sin ver el sol, dos semanas deseando regresar-, Mike se convirtió en uno de los jugadores más determinantes de LEB Oro de la mano del GBC de Porfi Fisac, que supo ver como nadie sus virtudes y le pidió jugar sin miedo ni complejo alguno, según explicó en Solobasket. Un 4 con tiro para abrir la pista, un líder que contagiaba, un compañero ejemplar, que acabó al grito de MVP.
En su adolescencia, jamás hubiera imaginado un viaje tan apasionante. Pudo acabar allí su vertiginosa fábula surgida de su amor al básquet, la del patito feo convertido en cisne con un celebrado ascenso, después de dominar a su antojo la categoría (15,7 puntos y 4,7 rebotes de media) y meterse en el bolsillo a vestuario, grada y ciudad, encontrando además el amor por el camino.
Sin embargo, cuando ya estaba inmerso en su ambiciosa puesta a punto para estar listo para su soñado debut acb, su rodilla dijo basta. Su lesión de menisco implicaba más de siete meses de baja y el conjunto donostiarra pronto le avisó, apenado, de algo que ya imaginaba: no podía esperarle y se veían obligados a prescindir de sus servicios.
Tocaba empezar desde cero. Quirófano, rehabilitación en casa y cargamentos de paciencia para volver al punto donde lo dejó todo. Ya en 2018, Mike Carlson regresó a España para jugar su cuarto curso en LEB Oro, esta vez en Oviedo. El verdadero reto, el mental, antes que el físico. No fue una sombra de lo mostrado en San Sebastián (7,3 puntos, 3 rebotes), mas el simple hecho de volver a sentirse jugador ya le compensó la apuesta.
El estadounidense, que llegó a sonar para el Obradoiro tiempo atrás, giró el timón rumbo a la segunda categoría italiana, donde nunca terminó de sentirse cómodo. Ni el histórico estreno en Playoff de su primer equipo, Latin Basket, ni sus 16,5 puntos por choque, tope de su carrera profesional. Ni siquiera el hecho, en la 2019-20, de fichar por un conjunto cuyo nombre suena a historia (Juvecaserta), ideal para que seguir brillando (15,1 puntos y 6,2 rebotes por choque).
Poco llenó en tierras italianas a un Carlson que empezó quejándose por el frío en la cancha de entrenamiento y acabó sin saber demasiado bien qué hacer con su carrera y su vida cuando estalló en Italia, con más fuerza inicial que en muchos lugares del mundo, la crisis del coronavirus. Competición cancelada, futuro en el aire y una visa que se le caducaba. ¿Otro reset en su camino? ¿Otra vez a empezar desde abajo?
Un par de amores a distancia
‘Will I make it? I don’t know. (…) This is for every time the world told me no. If I don’t make it in this game, I ain’t nowhere to go. (…) I’m gotta make it, and if they don’t give me what I deserve, then I’ma take it…” [¿Lo conseguiré? No lo sé (…) Esto es por cada vez que el mundo me dijo que no. Si no lo logro esta vez, no tengo ningún lugar al que ir. (…) Lo voy a conseguir, y si no me dan lo que me merezco, voy a cogerlo yo”]. Suena “Another Day“, de Logic, la canción favorita de Mike Carlson, con tintes verdaderamente autobiográficos.
Verano de 2020. El mundo aún en shock por la pandemia de COVID-19 y él, después de pasar unas semanas en San Sebastián con su pareja, obligado a retornar a su país para arreglar unos papeles con los que poder regresar.
Primer problema, en tiempos de coronavirus cada trámite es un mundo. Segundo, el reto de demostrar, con criterios muy difíciles de cumplir, que deseaba viajar a San Sebastián no para hacerle mil fotos a la bella Playa de la Concha, sino para estar al fin con su chica. Les pedían contratos de alquiler, cuentas bancarias conjuntas o bienes inmuebles conjuntos, algo complicado de acreditar para cualquier jugador itinerante.
“El amor es el motor de la gente. Mike es mi familia, mi pareja, mi compañero, mi apoyo y confidente, mi presente y mi futuro. El amor no es turismo. El amor es nuestro motor de vida, lo que nos da sentido como humanos”, escribió su novia, la periodista Danae Zarzuelos, una de las voces más activas del movimiento #LoveIsNotTourism, que denunció en varios medios de comunicación la impotencia de miles de pareja en su situación por todo el mundo.
Curiosamente, solo unos meses antes de salir en numerosos medios por su excelso triple frente a Iberostar Tenerife, Mike Carlson aparecía en Televisión Española, entrevistado como un anónimo más, para denunciar su historia de amor y distancia, resuelta al fin a través del consulado español en Chicago. Por el camino, decenas de llamadas, emails y días de lucha que merecieron la pena desde el esperado primer abrazo, justo antes de prometerse.
Resuelto ese pilar en su vida, al fin juntos, su segundo amor, el del baloncesto, volvía por fin a primer plano. Mike Carlson aterrizó en tierras vascas a finales de agosto y pronto le pidió al club de sus amores, al que seguía retuiteando y animando desde su marcha, poder participar en los entrenamientos. Lo hizo algo cortado, pues muy pocos quedaban desde su anterior etapa, si bien merecía la pena intentarlo, con tal de no perder la forma mientras esperaba un pasaporte español que le iba a abrir muchas puertas. Mas nunca terminaba de llegar.
El plan, si el Acunsa GBC no se decidía a apostar por él, era esta vez firmar por un conjunto de máxima categoría europeo, rechazando propuestas de LEB Oro y de Alemania con tal de no ir a ningún lugar desmotivado. Segundo y tercer plato de numerosos clubes interesados, como le contó a Chema de Lucas e Ignacio Ojeda en 2contra1, Mike Carlson notó como numerosos jugadores de la G-League le quitaban un hueco que él creía merecer: “Sé que no soy una bestia de tapones o mates espectaculares y siempre habrá algún joven más fuerte, más alto o que llame más la atención, pero no soy caro en comparación con lo que aporto a mis equipos”.
De octubre a enero, de forma gratuita y solo por amor al básquet y por apurar las opciones de su carrera, a un paso de tambalearse si llegaba a la treintena con el lastre de más de un año en blanco, Kaz entrenó con el Acunsa GBC soñando cada día con una oportunidad. Como antaño, a través de su profesionalidad, había encajado perfectamente a ojos del vestuario y de un staff técnico que le pedía un poco más de paciencia los días que le veían más desanimado e impotente ante tan atípica situación.
Un desgraciado hecho derrumbó el castillo de naipes. Jaime Echenique, la estrella del cuadro donostiarra durante la primera vuelta, se rompió en un desafortunado lance el menisco y esta vez, con una plaza de extracomunitario disponible, el club prefirió darle la alternativa, firmándole por un mes. Se confiaba en su inteligencia y su versatilidad, si bien su posición y sus características poco tenían que ver con las del pívot colombiano.
“Por fin me llega la oportunidad depsués de tres años. Ha sido un camino largo para poder debutar en la acb. Puedo ayudar y mis compañeros piensan lo mismo”, aseguró en la víspera de su debut, al séptimo año, en élite. Solo él parecía ilusionado en su primer partido en diez meses. El equipo, colista, con solo dos victorias en 18 jornadas. Su estrella, baja hasta final de temporada. Y hasta el entrenador obligado a abandonar unas semanas el barco, tras dar positivo por COVID-19. 1235 días después, como contabilizó en su propio Twitter, el círculo se cerraba. Ahora sí, como soñaba desde su penúltimo año desde instituto, tocaba pues vestirse de héroe.
La capa de Kaz
El de Wisconsin jura y perjura que, cuando le llegó el balón, escuchó las palabras de Iñaki Martín, técnico al mando durante la baja de Nicola, que le soltó, con toda la tranquilidad del mundo un “Ahí lo tienes, Mike” que le hizo sentir que era imposible fallar ese tiro. ¿Cómo iba a hacerlo, si todo el guion de su vida parecía anticipar ese momento?
El tiempo se paró, el mundo se detuvo por un instante mientras ese balón besaba la red, sin que Carlson pudiera aún creerlo del todo. Al mismo tiempo, esa bomba desde el 6,75 suponía el primer triple ganador de su carrera, el día de su debut en Liga Endesa y del regreso al Acunsa GBC, un momento retrasado tres años y medio por su maldita lesión. Danae, emocionada. Sus amigos, celebrándolo. Su hermano presumiendo de bufanda del Gipuzkoa Basket en la mismísima Hawái y sus compañeros llevándole a hombros, en una de esas imágenes felices que aún son más bonitas cuando el tiempo las colorea con nostalgia.
Cuando su agente, que también sufrió con él su inactividad, le preguntó si había merecido la pena todo lo caminado hasta llegar a ese momento, ‘Kaz‘ ni lo dudó: “Sí, no cambiaría nada. Es un momento increíble que no voy a olvidar en mi vida. Me lo merecía. No quiero decir que he sufrido mucho porque hay amigos en Estados Unidos que no tuvieron mi oportunidad, pero entreé mucho y esto es un sueño”.
Al americano le costó conciliar el sueño, asegurándole a Raúl Melero, en el Diario Vasco, que se despertó cada dos horas, antes de una semana agitada en la que numerosos medios, varios de ellos de su país, quisieron hablar con él y revivir una historia digna de un guionista de Hollywood que pecase de fantasioso.
Sin embargo, lejos de conformarse con tan icónico momento para resumir años de lucha invisible y ascenso imposible, Mike Carlson se convenció pronto de algo: esta historia aún podía mejorar con un epílogo a la altura, que empezó a escribir en Badalona.
Allí, frente a la Penya, uno de los mejores equipos de Liga Endesa durante este curso, el ala-pívot volvió a protagonizar una actuación heroica para reinar en el Olimpic. 20 puntos, 24 de valoración, un 2+1 absolutamente letal, ya en el último minuto, y el buscado triunfo.
Dos de dos para Carlson, que igualó en una semana todo el bagaje de triunfos de las 18 jornadas anteriores, convencido de que a este cuento de hadas aún le faltaban capítulos, empezando por el de la permanencia.
El escritor Romain Rolland, un pacifista francés marcado en sus obras por el concepto de heroísmo, sentenció en una ocasión que un héroe, simplemente, es todo aquel que hace lo que puede, sin más florituras románticas.
De invisible a ídolo, de no tener hueco en la NCAA III a ser el nombre del momento en Liga Endesa, la historia de Mike Carlson va mucho más allá de un triple, aunque gracias a que entró… al fin se pudo conocer. Su camino, su momento, su nuevo truco de malabarista, su traje de súperhéroe. Su capa está de moda.
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